EL PORTEÑO Y LA CONSTRUCCIÓN DE UN DISCURSO HEGEMÓNICO ALTERNATIVO PARA EL CAMPO CULTURAL ARGENTINO (1982-1986)

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Isabela Di Lorenzo

Universidad de Buenos Aires
Facultad de Filosofía y Letras

 

Irene Gelfman

Universidad de Buenos Aires
Facultad de Filosofía y Letras



Resumen

La redemocratización en la década del ochenta en Argentina inicia un periodo de transformación y redefinición de poderes, que a su vez alteró la dinámica del campo artístico, reconfigurando las producciones estético-artísticas del periodo. Es en este contexto que el análisis de las revistas o los periódicos nos permiten reconstruir las relaciones entre los discursos, quién los emite y quién los recibe. El estudio de los diversos agentes del campo cultural y artístico nos habilita a realizar un análisis sobre la apropiación que los distintos sectores en pugna hacen de los bienes simbólicos. Así, proponemos como objetivo el comprender el posicionamiento ético-intelectual de la revista El Porteño (1982-1986) y sus colaboraciones en el diálogo responsivo con sus contextos en un momento de cambio de hegemonía cultural. Postulamos que El Porteño brindó un lugar de redefinición en el campo cultural de la Argentina de los años ochenta, en tanto los intelectuales de la revista ―organizándose como un grupo― habrían enunciado un discurso hegemónico alternativo que se habría encargado de unificar y luego difundir intereses y preocupaciones en relación con la situación política y social del país en ese momento.



Palabras clave: Contra-hegemonía, Intelectuales, Revistas, Crítica cultural.



Abstract

The redemocratization during the eighties in Argentina started a period of transformation and redefinition of powers. This altered the dynamics of the artistic field reconfiguring the aesthetic-artistic productions of the period. It is in this context that the analysis of magazines or newspapers allows to reconstruct the relations between the speeches, who emits them and who receives them. The study of the diverse agents of the cultural and artistic field enables to make an analysis on the appropriation that the different sectors in dispute do of the symbolic goods. We aim to understand the ethical-intellectual position of the magazine El Porteño (1982-1986) and its collaborations in the responsive dialogue with its contexts in a moment of change of cultural hegemony. We postulate that El Porteño provided a place of redefinition in the cultural field of Argentina in the eighties, while the intellectuals of the magazine -organized as a group- would have enunciated an alternative hegemonic discourse that would have been in charge of diffusing concerns about the country's political and social situation at that time.



Keywords: Counter-hegemony, Intellectuals, Journals, Cultural critic.



El intelectual no puede aislarse de la sociedad, ni la sociedad podrá explicarse sin él

Jean Paul Sartre



Introducción

La década del ochenta en Argentina se define como un periodo histórico de transformación y redefinición de poderes en la cual el buscar la liberación de un pasado oscuro implicó a su vez la reconfiguración de todas las producciones estético-artísticas. La redemocratización y la nueva libertad de expresión debían remover los resabios de autoritarismo que anidaban en las instituciones, las prácticas y las conciencias, a fin de iniciar una tarea renovadora que instalara otra manera de ver y pensar al arte. La necesidad imperante de reeducar a la sociedad, de liberar a la creación y a la mirada, fue alterando la dinámica de un campo artístico que nuevamente se abría a la experimentación y a la improvisación. Luego de la censura y autocensura, la atomización y la reclusión de la sociedad, el arte salía de nuevo a la esfera pública y ahora se mostraba sin restricciones.

Tras años de silencios forzados, artistas e intelectuales debieron encontrar un equilibrio entre lo que se podía decir y lo que se deseaba decir, entre lo qué se podía representar y cómo debía ser representado. Es en este contexto que el estudio de las revistas o los periódicos de la década del ochenta resulta de suma importancia, en tanto permite reconstruir las relaciones entre los discursos, quién los emite y quién los recibe. El estudio de los diversos agentes del campo cultural y artístico nos permite realizar un análisis sobre la apropiación que los distintos sectores en pugna hacen de los bienes simbólicos. A su vez, el funcionamiento y la configuración de los distintos espacios culturales nos dejan entrever las luchas de poder así como los diferentes posicionamientos religiosos, sociológicos y políticos de los textos críticos de la época.

El estudio y análisis de las producciones estético-artísticas realizadas durante la década del ochenta nos habilitan la compresión de un período complejo en tanto inestable. En un país que se encontraba en pleno proceso de cambios y re-acomodamientos políticos, sociales y culturales, estas producciones vinieron a cuestionar las nuevas formas de representación de una sociedad sumamente convulsionada. Por tanto, proponemos como objetivo de este trabajo el comprender el posicionamiento ético-intelectual de la revista El Porteño (1982-1986) y sus colaboraciones en el diálogo responsivo con sus contextos en un momento de cambio de hegemonía cultural. Postulamos que El Porteño brindó un lugar de redefinición en el campo cultural de la Argentina de los años ochenta, en tanto los intelectuales de la revista ―organizándose como un grupo― habrían enunciado un discurso hegemónico alternativo que se habría encargado de unificar y luego difundir intereses y preocupaciones en relación con la situación política y social del país en ese momento.

Para analizar el papel que tuvo la revista El Porteño se decidió recurrir a la perspectiva propuesta por los estudios culturales por presentarse estos como un campo intelectual diverso, interdisciplinario y político, así como por haber sido difundidos en América Latina como parte de un movimiento democratizador de la cultura. A su vez, es menester destacar que en nuestro territorio la marca de lo político a partir de los años treinta ha sido tradicionalmente marxista, institucionalizándose con los movimientos revolucionarios latinoamericanos.



El rol de la cultura y los intelectuales desde la perspectiva de los estudios culturales

Los estudios culturales son una fuente clave a la hora de analizar el papel de la revista El Porteño como una alternativa cultural. Aquellos heredan la preocupación por el poder de la industria cultural y el interés por los nuevos modos de producción cultural pensados como espacios de resistencia dentro la de cultura popular y de masas. Es por tanto en el marco de estas problemáticas que se produce una revisión, indagación y experimentación de las nuevas prácticas estético-artísticas. En nuestro territorio, fueron Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano los pioneros en los estudios de revistas literarias de vanguardia. Ellos proponen como «cultura» a una suerte de espacio en el conviven ―a veces de manera armónica y otras no tanto― las producciones elevadas y populares, el patrimonio de la historia y las innovaciones evocadas por los cambios sociales (1980). Esta nueva mirada permitió incorporar conceptos y nociones vernáculas para adaptarlos a la escena latinoamericana.

A su vez, los estudios culturales parten de la ampliación de la noción de cultura propuesta por Raymond Williams. Este suspende la división entre lo alto y lo bajo considerando que «lo cultural» se encuentra en esferas tan diversas como el trabajo, la política y la cotidianeidad. Williams desafía al elitismo cultural de la institución y junto a Hoggart y otros, posicionan a «lo marginal» como una esfera digna de ocupar la atención de investigaciones y académicos, brindando al sujeto popular y a la «subcultura» un papel protagónico en la escena intelectual (1975). Asimismo, sí consideramos a la cultura como una zona de resistencia en los procesos de dominación, es posible establecer una relación con la actitud que tomaron los intelectuales de El Porteño basándonos en la selección de las notas y en los temas que fueron abordados (desde el primer fascículo, con la nota sobre el impenetrable chaqueño, o la primer nota y tapa con Hebe de Bonafini, hasta las notas sobre las revistas subte y los movimientos underground que estaban aconteciendo). Si tenemos en cuenta que El Porteño fue una forma de sociabilidad alternativa al régimen debemos también considerar el concepto de hegemonía presentado también por Raymond Williams (1977). La hegemonía cobra sustancia a partir de la aparición de la resistencia. No existe una sin la otra, ni tampoco se relacionan pasivamente, sino que se provoca la mutabilidad y la transformación constante de la hegemonía y viceversa. En los primeros años de la década del ochenta se diagramó una sociedad cuya hegemonía era ejercida por la clase dirigente política.

Siguiendo esta línea, la noción gramsciana de hegemonía constituye una herramienta clave en torno a los diversos proyectos políticos que aspiran a forjar una «nueva» hegemonía. Dentro de esta noción se le da especial atención a los procesos culturales que acompañan tanto al ejercicio de dominación como al de resistencia. En este sentido, la noción de hegemonía de Gramsci entiende a la cultura como un espacio de intervención y conflicto que resulta fundamental no solo en las formas en las que se ejerce sino en las que se refuta el poder. De esta manera, es interesante reflexionar sobre sí el discurso de El Porteño fue representativo de las alternativas hegemónicas culturales o de la hegemonía; y sobre como decidió mostrar este momento de fuerzas en puja en donde se encontraban una cultura dinámica y la caída de una formación ideológica con sus principios rectores.

En el marco del surgimiento de El Porteño, ciertas categorías propuestas por Pierre Bourdieu (1995) resultan útiles para el estudio de los contextos culturales en los cuales los diversos actores sociales y las distintas instituciones se caracterizan por ser inestables y ambivalentes. Aquí nos proponemos analizar el modelo de cultura de la década del ochenta como un cruce de tensiones sociales y como un campo de lucha. A partir del análisis de El porteño y de la escena cultural observamos como la separación tradicional entre cultura de élite y cultura popular se desarticula para mostrar que las interrelaciones entre los diferentes actores suponen negociaciones y luchas por el poder simbólico. De esta manera, se debe intentar definir cuál fue el campo cultural en el cual se insertó El porteño, qué cambios se generaron (sí es que los hubo) en el pasaje hacia la democracia y cómo se fueron relacionando los distintos agentes del campo. Este análisis se vuelve relevante cuando consideramos que los sistemas de dominación encuentran en la cultura un vehículo propicio para manifestarse.

Por otro lado, los intelectuales de la revista se encargaron de unificar y luego difundir intereses y preocupaciones en relación a la situación política y social de la Argentina durante los últimos años del régimen y el primer gobierno democrático. Para la comprensión de su rol en tanto agentes de la cultura, es necesario retomar el origen y la definición de la noción de intelectual de Raymond Williams. Para el autor, el significado del concepto fue variando a lo largo de la historia, representando en el siglo XIX ―y es aquí donde encontramos la definición más acertada para los actores de El Porteño― a un grupo de personas dedicado al trabajo intelectual pero con una cierta independencia de los poderes políticos o de las instituciones (1982:188). Es de sumo interés cruzar este concepto con la noción de intelectuales de Antonio Gramsci. Este considera que todos los hombres con las facultades intelectuales y racionales pueden ser considerados intelectuales; pero a su vez, remarca que no todos los hombres tienen la función de intelectuales en la sociedad. Por este motivo, destaca el papel que cumplen en la sociedad este grupo, ya sea para la construcción de la hegemonía como para la contra-hegemonía. Es decir, si consideramos que el conjunto de creencias y prácticas que constituyen una cultura determinada son susceptibles a ser utilizadas como una tecnología de control o como un conjunto de límites dentro de los cuales la conducta social debe ser contenida; es en este momento crítico de nuestra historia –de reestructuración del orden y de las fuerzas– que los intelectuales habrían cumplido un rol clave en la sociedad. A partir de notas de denuncia y al dar lugar a sectores no escuchados, habrían dado cuenta de una cultura que estaba asociada a los discursos hegemónicos y a su vez asociada a los discursos que desestabilizaban dicha hegemonía.



Los nuevos modos de producción cultural como espacios contra-hegemónicos

A la hora de encarar un análisis como el nuestro es menester tener presente qué acontecía en el campo artístico del periodo, es decir, en la escena cultural. Por este motivo, nos valdremos de investigaciones que han entendido que la sociedad no está solamente determinada por una base económica o social, sino que también depende de relaciones de fuerzas más profundas. Así, trabajos como el de Daniela Lucena (2013) nos permiten entender al campo cultural de la década del ochenta como una práctica política de resistencia y de confrontación. La autora analiza como en una sociedad quebrada por el terror revistas como El porteño fueron una forma de sociabilidad alternativa al régimen. El periodo que se inicia con el debilitamiento del régimen militar –y potenciado con la derrota de la guerra de las Malvinas–, se caracteriza por la reestructuración parcial o total de sus tradiciones ideológico-políticas en donde la literatura vino a cumplir un rol central en dicho proceso. Consecuentemente, se produce una crisis en los paradigmas estético-culturales que dominaban el campo, así como una resignificación de las tradiciones culturales, de la relación entre el arte y la política; pero por sobre todo, se establece una nueva definición para la función del intelectual y del artista.

A su vez, los estudios sobre los modos discursivos y las distintas formas de interpelar al público son siempre herramientas claves a la hora de profundizar sobre nuestro objeto de estudio. Jorge Warley destaca que fue el lenguaje ―ajeno a las formalidades y a los estereotipos del periodismo tradicional― lo que posicionó a El Porteño como una revista de referencia (1993). En un análisis paralelo, Carlos Ulanovsky marca como fue el lenguaje abierto y no censurado de la redacción lo que llamó la atención de los lectores, generando un vínculo que posicionó a la revista en un lugar privilegiado (1997). Es así que estas reflexiones nos permiten pensar a El Porteño como una propuesta alternativa que ―desde una mirada crítica― recuperó los matices y las contradicciones surgidas en torno a los nuevos mecanismos de visibilidad, producción, legitimación y recepción de las diversas producciones culturales. Si bien el ámbito del debate público fue obstruido por la censura y la autocensura instaurada durante el gobierno militar, las producciones estético-artísticas encontraron siempre alguna forma de volverse visibles y audibles. Los nuevos espacios de exhibición y circulación, entre los que se destacaron la galería chilena Carmen Waugh, la Galería Bonino, Arte Nuevo, ArteMúltiple1 y la revista El Porteño ―estas últimas fundadas y dirigidas por Gabriel Levinas―, permitieron la filtración de contenidos ―de producción visual y escrita― constituyéndose como lugares de reunión y resistencia.

A los fines de este análisis nos interesa destacar particularmente la labor de Gabriel Levinas, quien sostenía que el arte plástico era un nicho que escapaba a la compresión de los militares, por lo cual, no era un espacio abiertamente contestatario u opositor del régimen. Levinas sostuvo que la galería ArteMúltiple fue,

el único espacio opositor durante la dictadura. Pero no era difícil ser opositor con actividades artísticas. Para los militares era una cosa socialmente sofisticada y crítica como para ver que ahí también sucedían cosas. Pero al mismo tiempo, era la única posibilidad de permanecer amparado dentro de ese lenguaje y mantener una llama prendida (Moreno, 2003).

Asimismo, es de interés recordar que en la sede de ArteMúltiple se escribió una de las primeras solicitadas por los desaparecidos ―publicada en el diario Clarín en el año 1978―, mientras que en el año 1983 la redacción de El Porteño sufrió un atentado de bomba a raíz de una serie de artículos había publicado sobre los detenidos políticos, los niños desaparecidos y los intentos de las Fuerzas Armadas de conseguir la amnistía antes de dejar el poder. Considerando que Gabriel Levinas decidió cerrar las puertas de ArteMúltiple a fines de 1981, y siguiendo a Verón quien señala que siempre que las condiciones de producción varíen, los discursos vuelven visibles esos cambios; se puede inferir la razón por la cual en enero de 1982 nace El Porteño. Si tenemos en cuenta que el periodo analizado comprende el inicio de los ochenta ―en donde hay un progresivo debilitamiento de las fuerzas militares como actores políticos representantes del Poder Ejecutivo―, advertimos paralelamente un paulatino avance de posiciones enunciativas que pusieron a circular discursos disidentes con el régimen e hicieron ingresar un conjunto de temas antes marginados en la topografía gráfica. Es por este motivo que postulamos que los intelectuales de la revista habrían funcionado como un grupo creativo que habría cumplido el rol de resistencia y confrontación a partir de un discurso hegemónico alternativa.



Reflexiones finales

Los trabajos sobre revistas culturales realizados hasta el momento han aportado fuertes bases para la comprensión de la década del ochenta al conceder relevancia a las revistas culturales y al fenómeno del arte en un momento de redefinición democrática. Si bien estos trabajos previos han entendido a las revistas culturales y al arte de los ochenta como espacios de redefinición o de resistencia, no se han centrado hasta el momento en la divulgación de las tendencias ideológico-intelectuales del periodo. Es esta falencia la que se intentó comenzar a sanear a partir del presente trabajo.

En el marco de una sociedad convulsionada por el acontecer histórico ―marcada por el tránsito de un poder político dictatorial hacia uno democrático―, las producciones estético-artísticas realizadas en la década del ochenta demandaron para su abordaje una mirada determinante que pusiera en evidencia los vínculos reales y complejos que unieron en ese momento al arte con la política. Hadjinicolaou argumentaba que la significación o interpretación de una obra debía ser considerada en su relación con las realidades ―sociales, políticas, económicas, religiosas― de la época en que había sido creada (1979). Es así que, a la luz de considerar a los integrantes de la revista El Porteño como un grupo creativo ―por su pertinencia común, de la que se deriva la pertenencia y la consecuente práctica―, se intentó analizar el papel de resistencia y confrontación de un discurso hegemónico.

Si bien en la década del ochenta aparecieron obras y textos que no tematizaron específicamente sobre el conflicto de la década del setenta, aún así fue necesario desmontar sus sentidos en clave histórica, ya que analizados fuera de su dimensión histórica se desactualizarían y se despolitizarían volviéndose completamente inofensivos. Un modo de aprehender nuestro pasado artístico es a partir de la reconstrucción de las circunstancias en que los artistas e intelectuales hicieron uso de las formas y de los sistemas simbólicos que les permitieron crear y decir. Desde las páginas de El Porteño se trató de alterar y cuestionar el orden de las lecturas más tradicionalistas con el fin de desactivar aquellas formulas que silenciaban nuestro presente. Así, y a modo de conclusión, sostenemos que la revista tuvo la peculiaridad de presentarse como un testimonio de su tiempo; pero por sobre todo, como un aporte al progreso de la democracia y la libertad de expresión.



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1 Además de muestras visuales, la galería organizaba funciones de teatro, espectáculos de música, charlas con críticos y la edición de publicaciones con ideas y comentarios del arte de distribución gratuita.